Justo en esta tarde en que la objetividad se toma mi cabeza, comienzo a notar que corresponde odiar, tener rencor y renunciar con rabia a lo que resultó un montaje catalizado por una buena dosis de labia y otro poco de imaginación. Es lo más lógico, dicta la razón.
¿Qué sentido tiene tomar caminos impulsados por la curiosidad y luego renegar de ellos? Parece que fue ayer cuando tomé mi paracaídas y me dije entre una estrella y dos golondrinas. La única forma de saber era hacerse a la mar como a los viajes del corazón, ondulando en los misterios errantes e intermitentes de la vida joven, de esa vida que se muestra abierta y sencilla.
Perdonarme y perdonar. La tarea escencial.