domingo, junio 01, 2014

Ni perdón ni olvido

En el marco de mi melancolía, me pongo a escuchar las guitarras que suenan como tú. Suenan como la tuya, mejor dicho. Esa palanquita que siempre me gustó. Es bonita la gorda. Guachita rica le decía yo, de cariño, te acordai?

Me acuerdo de tú y de mí (de tuuuuui de miii-i-i-iii wowowwwwoooow) escondiéndonos en los parques mal colonizados, cuando la lluvia no nos quería dejar tranquilos mientras discutíamos por una flor que cantando se vino y se fue.

Me acuerdo de nosotros escondiéndonos a las horas de martes en que todos se asoman y nosotros súper desubicados explotando a todo verde con el viento en las espaldas; y los trotes con audífonos 10 metros más allá y qué vergüenza, qué vergüenza el par de desubicados haciéndole honor a esa canción de Oasis que dice ailovit. Y bueno, alguien te mira, dicen.

Siempre nos miraron. Siempre alguien nos vio. En las murallas de tu pensamiento estaba escrito otro nombre. Yo apenas había conseguido borrar los nombres que habían en mis propias murallas.

Cientos de hombres, si me disculpas.
Juan Carlos, como un rey.
Marcelo, como el mar y el cielo.
Miguel, a secas.
Jorge.
Otro Jorge.
Pablo y otro Pablo casi pegado al lado.
Diego y Gabriel, futbolistas argentinos.
Bruno, como mi abuelo.
San Sebastián de mi devoción.
Matías y Martín, que se me confundían.
Fred.
Jean Paul.
Isaías, profeta y descendiente del Che.
Tu amigo Carlos.
Y voh po, hueón, el último de la fila.

No tengo la menor idea de cuántos nombres has juntado tú, y sin embargo, siempre supe que yo no era mujer de tu vida, nunca me vi en las líneas de tus manos tiritonas de frío, sin vino cajeao y con ganas de salir a bailar al centro.

O a mirar otras rajas, el muy maricón.

Vi dos rayas, y a las dos las tenía fichás.

Me acuerdo de cómo me gustaba tu sonrisa, pero me hacía la hueona cuando cachaba que era falsa. Nunca te vi tan feliz como en esa foto con ella, la única sonrisa real que te he visto. Pobre de mi y de tí. Ayayay dijera la hippienta chascona que tanto venerai.

Y me voy. No me ha quedado otra que retirarme lo más dignamente posible a mis aposentos de dolor. O bien por desamor o bien por patas negras.

El dolor de la patas negras es ser siempre cómplice. Pero incluso ese dolor me sienta mucho mejor que el de ser un adorno al cual se le sacude el polvo una vez a las quinientas.

Los días másLargos

Estoy nostálgica. Estoy melancólica.
Es que hoy comprendí que el amor eterno puede durar cinco horas de conversación ininterrumpida.

Y se acabó.
Acabó.
Se.
Y.

El mal del que ama mucho es siempre sufrir, si es que no aprende que hay que dar amor y no pensar en recibir. Las gracias son para mí y para aquel que me permitió llegar a uno de los puntos máximos de altruismo; las gracias por esos regalos que sólo nos puede dar la mutua compañía, que nos era necesaria.

Y se acabó.
Acabó.
Se.
Y.

Gracias por el amor eterno. Aunque me haya dejado un regusto de acidez.
Es que se me repite
Y se repite.
Repite.
Se.
Y.