viernes, octubre 18, 2013

Empezar.

De pronto siento que se me cayó la noche encima, aunque haya podido sostener junto a ella una sonrisa sincera. Es que estoy a la espera de algo y eso apremia.

Espero el día en que todo Santiago se me vuelva a dormir en los brazos, que sus pequeñas luces bordando el cielo pululen de felicidad en mi piel y que sus rugidos de jaguares de metal se transformen en susurros de calor, confianza, sinceridad.

También se que no sólo estoy esperando a que la jungla de cemento se me entregue después de aguachada; porque quiero hacer la conjunción entre ella -la más hostil e irrefrenable- y los compaces de la madre tierra virgen, de los orígenes sin mácula.

Es que por ahí en tu pecho se cruzan todos los rasgos de la apertura capitalina, de las grandes masas y los grandes movimientos... se cruzan con el latido sereno de un corazón que anhela el ritmo de la mapu, los sonidos de la naturaleza, los vestigios de la comunión y la comunidad, la paz que da el romper de olas de la Playa Grande.

Allí es donde quiero hacer conjunción, donde quiero reposar y que se reposen. 
¿Pido demasiado?

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