viernes, noviembre 07, 2014

Diagnóstico

Tengo un romance tormentoso con un sujeto llamado Santiago. Lo conozco hace algunos años, aunque no de corridos: va y viene, viene y va; voy y vuelvo de él. Le conozco una que otra ruta y le sigo los pasos, pues ya me he memorizado algunos de sus caóticos trayectos.

Me cuesta entender por qué me marca tanto, por qué me determina y me configura si no soy de él. Voy y vuelvo de él, eso ya lo dije. Está en muchos de mis recuerdos, de mis escenas furtivas.

Lo he visto claro en las mañanas, mostrándome el Sol con los brazos extendidos; besando el valle central y ascendiendo por mis colinas, a plena luz del día.

Lo he visto cerrado en las noches, bordado de luces tiritonas, de lentejuelas partidas; acribillado contra sus propios miedos, contra sus hondos silencios, contra los ruidos de sus frenos temblorosos. Allí mismito lo he visto rozándome la cara con su frío y guareciéndome en sus aleros descuidados hasta llevarme a buen puerto (vámonos a Valparaíso dijo un día).

Lo he visto ser una fiera que se acelera con el correr del día, que se persigue la cola; voraz, que acecha, que intenta huir y no tiene dónde. Pobre de él.

Una de las cosas que de él me encandilan es la música que le hace juego, como combinando con sus despreciados colores de calle antigua, de incertidumbre holgada, de sobre-transitada vereda. Resuenan en sus recovecos los recuerdos de mis primeros descubrimientos en torno a su vasto y extenso cuerpo, cuando le exploraba la piel con un poco de vergüenza pero con pasión desmedida. Me recuerdo de haberlo visto latir, de haberlo visto vibrar a mi son y al son de la música esa a la que me refiero, la que siempre digo, la que ameniza sus contornos mal delimitados.

Pasamos por épocas de clímax, vivimos juntos delirios de omnipotencia. Nos enredamos, nos perdimos: yo en él, él en mí. Santiago es un tremendo adversario y pugnábamos por quién sucumbía ante la seducción del otro. Me hice su carne y él hizo carne de mí. Fue como un torbellino y yo sin ser terremoto tuve derecho a réplica. Larga historia.

Hoy día nos encontramos y lo transito desconfiada. Ya he visto lo mejor y lo peor de su ser. Es peligroso pero embriagador. Es fabricante de artimañas y tiene espejismos en el bajo vientre. Sin embargo quiero volverme a él, hundirme en sus venas, transitar por ellas sin ningún respeto y comerme ya sin vergüenza sus rincones bien definidos.

Delicada impertinencia la mía, que con los ojos miro, con los pies avanzo, con las manos exploro, y no siento culpa.

Volvamos.

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