Ya he dicho que mi asistencia a funerales en estos últimos tiempos ha sido recurrente, aunque asistemática. Flasheo de repente con los rituales que despiden a mis variopintos difuntos, que no alcanzaron casi ni a sangrar antes de fallecer.
Hoy día me acordé del negro. De ese único. El mismo que me dejó sin poder escuchar cierta música ni entonar ciertos cantos por largo tiempo, hasta que lo comencé a perdonar. Sucedió que pude cantar, y canté, y dije:
Pajarillo, pajarillo libre. De tu tierra sos y has sido, mas vos declaras que no has sido de naiden, ni siquiera de tus taitas. Palomito, palomo volador. En algún momento me invitaste allí mismito donde tu tomabas impulso para salir a planear muy lejos, mas nunca me aclaraste que todo era un préstamo. Las leonas no entendemos que a un palomo o a un pajarillo no se le pueda amarrar, tirar a pique hacia la tierra, ni hacer presa, carne o víctima. Por eso el perdón tardó tanto, porque consistía en aflojar la mandíbula. Consistía en soltar. Era reírse más y distender la constante cacería. Ni vos me lo sabías explicar, y con el tiempo comprendí que tampoco era tu deber; era yo quien debía aprender a elevar mi propio vuelo, a despegar mis patas marcadoras de territorio y asumir que esta tierra donde caigo no es de naiden, ni siquiera de sus taitas.
Fuiste el primero en decirme negra, aunque era leona casi albina. Vos me miraste con ojos de cariño y yo no supe dar las gracias porque te quería enfermo. Te quería preso, te quería prieto. Te quería tan enfermizamente enredado como yo, y que terca que fui. Me tarde tanto en entender que ni vos ni tu vuelo querían ser mi puñal! Me tardé tanto en comprender que yo me auto-propiné la herida!!
Sé que hoy he avanzando un poco más en el perdón. Que puedo volver a entonar, lo sé. Que puedo darle hoy a otro la música que vos me mostraste. Que los falsos puñales que en mí izó tu libertad me han hecho mejor amante. Por eso es que hoy no mueres, lo que muere es mi rabia. Por eso es que tu recuerdo vive en cada centímetro de piel que palpo sin juzgar; en cada cuerpo que conozco porque amo; en todas las esquinas donde entrego sin pedir tanto a cambio; en toda la sinceridad con la que suelto mis cantos.
Adiós y hasta siempre Negro. Los abrazos compañeros continuarán en esta nueva vida, y en las otras.