Dame tu palabra, Inacapino. Haz lo que yo te pedí, lo que te pedí mediante Manuel, que recuerdes eso... que fui un pasajero allá entre tus sueños.
Dame tu mirada Inacapino distante. Dame tus pasos y tus manos revolucionadas. Dame el soplo joven de tus ojos viejos que como siempre no se atreven a enfrentar los míos. Dame tu sonrisa, tu pestañear perdido, dame todo aquello que me has guardado durante estos años.
Pero por sobre todas las cosas, dame la verdad; dámela como me dio un dolor el Nazareno, no importa qué, pero dame todo aquello que sea de verdad.
... y la verdad no siempre es la realidad, ni viceversa.
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