En esta cumbre nunca antes alcanzada se muestran ante mí los más bajos de los instintos, las dimensiones más primitivas del ser, las actitudes más ruines, los deseos más oscuros, los pensamientos más ocultos; todo aquello que la perfectibilidad humana debiese eliminar conforme al avance en una tarea tal.
No tengo nada que me ate, no le debo explicaciones a nadie. Ya casi no tengo prejuicios, ya no calzo con estereotipos, ya no me ajusto a los ceñidos ropajes que visten a la mujer de mis tiempos. Sólo me quedan harapos, vestigios repugnantes de lo que podría haber sido otra yo; habría sido otra, una mujer sin mácula, demasiado linda, demasiado perfecta, muy complaciente, muy niña bien, desagradablemente correcta, sumamente ideal.
Se revela todo, la cara del bien y el mal convergen. Las miles de aristas de una sola cosa se muestran, se desnudan de a poco, revelándose éstas en su ambivalencia, con sus múltiples significados; y yo, atada a nadie, las tomo y juego, me gusta el fuego y me quemo.
Que en la confianza está el peligro, que en la nostalgia está el peligro, que en la resignación está el peligro, que en el temor en el temor en el temor está el mayor de los peligros.
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