Ya no es un misterio que todo esto desde su inicio fue magnetismo puro. Llenarme el gusto nunca fue tan fácil ni tan express como esa vez en que, no de presencia sino de empatía, fui intensamente conquistada por uno de los no recomendables para las "niñas bien".
(Por cierto, respecto a mí, no me siento encasillada en tal clasificación, es más, no me encasillo en ninguna parte porque yo no soy lo que una etiqueta dicta ni lo que una apariencia sugiere, sino una amalgama del mal y el bien, una construcción edificada con miles de pisos (sí, como un Coihue) e incontables escaleras. Mi misticismo y mi arte están en esa multiplicidad de ejes y dimensiones que me componen, como cientos de miles de sonidos compondrán a mi guitarra y sus cuerdas... tañibles por cierto, por quien quiera darse el trabajo de descubrirlas.)
Porque está claro que nos miramos y los estándares de belleza son inamovibles, más allá del cuento que una trata de vender de "no, pero hermano, eso es subjetivo". Yo debo haber entrado -como se entra en la mayoría de los hombres- por la vista y a mi, fue precisamente la vista suya la que me perpetuó como cautiva.
Ya bien lo dice Cultura Profética, tener esos ojos debería ser Ilegal.
Tengo muy claro que ya no estoy pecando de etnógrafa; no voy a ir a meterme a las callampas a seducir al nativo sólo para usarlo como informante clave, no. No hace falta. Esa jungla populosa ya la ví de cerca, y son sus hombres los que por distintas cosas me contentan. Hoy es sólo uno, el uno que llena el gusto, el uno que se contrapone al estatus quo, el uno que te mira, te oye y te devora mejor; es ese que en mis peores años tacharía de prohibido, pero sólo con su contacto la sangre me hierve, y hasta se me encrespan los intestinos. Soy víctima de la tentación de la que habló la cuica de la Serrano... esa de que toda mujer bien sueña con tirarse a un roto.
Yo diría que es un deber.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿y Usté qué piensa?