domingo, agosto 12, 2012

1:53 zarpando

Me acerqué decidida y le pregunté: "Ernesto, che, ¿qué hace un hombre como vos en un lugar como éste?". Él me mira y me contesta con los ojos cliché, touché; y yo respondo con una risa mala que dice Je ris tous les.

Después de eso, me aventuro hacia el caos y comienzo a nombrar, una y otra vez, como dejando caer los pensamientos libremente; me acuerdo de Walt Withman cuando, en una aventura contestataria a causa de la producción en serie, se puso a enumerar casi con rabia  y sin dejar el sarcasmo, protestando, resisiténdose a caer.

Yo no quiero resistirme, sino sucumbir, calar hondo, socavar y volver de allí aunque sea con un par de harapos puestos que sirvan para ocultar tal viaje. No me importa volver demasiado chascona -ese es mi propósito, de una u otra manera- ni un poco mal herida; son detalles, como ese comunicar que emerge de mi cuerpo, el que me traiciona ante los ojos de quien repara en esas sutilezas, el mismo que no se escapa de ninguna mirada felina, ni mucho menos tigrezca... ese que dice la verdad, en sus pequeños ires y venires que no saben bien a quién culpar, pues la cosa no es culpa, sino más bien autoría... no saben a quién atribuirle la firma que en mi piel, eventualmente, se plasmaría.

Resistir no es una opción. Me duele mi cuerpo. No es producto del frío ni de la bohemia si no más bien de una ausencia para la cual hay que preparar las armas, pues comprende no menos de una estación. Por lo pronto, los sabores de la vida, la piel, o las frutas tropicales no bastarán si no se degustan de manera intensa, lentísima, resquebrajada y, asimismo, con plena conciencia de que un buen hedonista sabe que los placeres se acaban... y que habrá que zarpar en búsqueda de nuevas vertientes de donde broten.


Será hasta el próximo solsticio... allí sabré dónde me encuentro.

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