Primero andariega, luego adherente.
He de pasar por estas tierras como extranjera, siguiendo las normas del lugar que me recibe. Le pregunto al nativo si iba a ser ciego que Dios le dio esas manos, o mudo, porque Dios le dio esos ojos; le pregunto al nativo cómo es la costumbre en sus territorios, y la sigo, adaptándome a ver si logro ser profeta en mi visita al exterior.
Más tarde, tomo plena consciencia de que cada movimiento ha de ser hecho ligado a un otro, otro que no defino ni como cosa ni como persona, pero siento su compañía en este camino. Mi rectitud y mi línea me devuelven lentamente a mi sitio, y si se puede, salgo bien parada de toda esta funcia.
Hay que prometer, aunque cumplir no esté dentro del plan... todavía.
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