martes, febrero 09, 2010

Orgullo y Prejucio (Parte II)

Sin interludio de libertad. Eso será tema aparte.

Comenté que había roto mis prejuicios hace unos años y que eso me había traido muchísimo aprendizaje; sin embargo, el camino del conocimiento es largo. Tengo la sensación de que nunca acaba, lo que resulta maravilloso.

Como ya dije, y escuché por ahí: "no hay que perder la curiosidad ni la capacidad de soprenderse". A mi juicio eso es propio de una vida plena.

Ahora entré en un nuevo proceso de la ruptura de las ideas preconcebidas acerca de los demás, y lo rico es que no entré sola: mi madre está pasando por lo mismo y lo encuentro una maravilla que a su edad (tampoco es tanta pero son 30 años más que me lleva de ventaja) todavía pueda sorprenderse con cosas simples y que, a través de eso, se acerque un poco más a mi visión de la calidad de los seres humanos.


Esa calidad no tiene nada que ver con el bolso artesa, con el chocopanda, el tatuaje, el piercing... o en su caso particular, con el moñito del Hippie que sentó cabeza sin olvidarse de lo que fue.
Qué bonito verla descubriendose a través de otro, qué bonito verla haciendo cambios, forzando el rupturismo, ayudando a que otros seres humanos desarrollen sus propias alas.

Hoy mi viejo no está en casa, y desconozco su paradero, igual que la vez anterior. Sin embargo, la segunda vez duele menos, dicen por ahí. Yo sé que él también está tomando un mejor rumbo y que lo amo incondicionalmente como prometí que lo haría con mis dos padres, por siempre.

Intuyo que frecuentaré Osorno más que antes.

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